13 noviembre 2009

Iconoclastas del pasado



Aquel Prime Minister of Spain que tuvimos no hace mucho, parece que no fue nunca santo de la devoción de muchos. Como ejemplo de lo que digo traigo aquí este hallazgo, si queréis trivial.
Buceando entre álbumes de antiguas fotos, me he topado con estas que ya debieron llamarme la atención cuando hace ahora 5 años visité el templo de Santa Sofía, en Estambul.
Ahí vemos como algún iconoclasta ejerció por aquél entonces "su noble ofico" con el rostro del ya brumoso Aznar.

12 noviembre 2009

Asociación de ideas




No digo que haya causa efecto poniendo juntas estas dos imágenes (tomadas una cerca de la otra). Lo cierto es que el día que las tomé, encontré más bichos esparcidos por el suelo; un perro atropellado, un pájaro sobre el alfeizar de una ventana... así que si al de la foto le llegó su hora sería porque ese era y no otro el momento de partir.

06 noviembre 2009


Me ha gustado el efecto de la hierba y el pelo de mi perro, por eso subo de nuevo esta antigua fotografía que ya debe estar en alguna entrada anterior.

05 noviembre 2009

Atención, pregunta:

Hay una entrada más abajo ("Paradoja Lingüistica", sin acento, ni na. Vaya por Dios) que me interesa ampliar un poco con vuestra colaboración.

Un seguidor habitual y muy estimado por quién escribe estas palabras, comenta lo siguiente en dicha entrada:

"Algo más desarrollado en su trama se trata en LA HISTORIA INTERMINABLE, cuando Bastian Baltasar Bux se da cuenta y se "lee" a si mismo.
Buen intento...
Pero poco original..."

Y mi pregunta es:

¿Quién fue el primer escritor a quién se le ocurrió empezar a escribir lo mismo que estaba haciendo?
Es decir:
Me senté a la mesa, cogí un boli e escribí lo siguiente:
Me senté a la mesa, cogí un boli e escribí lo siguiente:
Me senté a la mesa, cogí un boli e escribí lo siguiente:

Alguien tiene que haber sido el primero en escribir algo parecido a eso (pero mejor, claro) y querría saber más del asunto y en qué obra.

Ale, ya tenéis tarea.

Bicicletas


Comí el otro día en un restaurante y en una de las paredes, a modo de decoración, había unas hornacinas acristaladas con estos maniquíes sosteniendo bicis.
En un descuido del jefe de sala, me acerqué a cada una de las hornacinas y les hice una rápida/mala foto. Después solo ha hecho falta revelarlas, unirlas en esta composición y subirlas aquí, cual esplendido trofeo (de caza menor, eso sí).

02 noviembre 2009

Paradoja lingüistica

El viejo Flanagan Green abrió los ojos cuando la nube etílica que envolvía su maltrecho cerebro se disipó. Lentamente las cosas fueron dejando de rodar a su alrededor, volviendo a su sitio, estabilizándose y así, cuatro horas después de que el último de los primeros rayos de la mañana abandonaran el sol y cruzaran los ocho minutos que nos separa, el viejo micks estuvo preparado para sentarse de nuevo a la mesa, coger tembloroso la pluma y continuar de nuevo con su obra.
Sabía lo que quería contar, el punto de vista desde el que pretendía narrar toda una vida de pequeños fracasos, tenía nebulosamente claro que podía ser un éxito, como lo habían sido tres escasos de sus veintisiete libros anteriores y sin embargo, no conseguía hacer avanzar la historia. El triste cuartucho donde se había recluido, casi enterrado, como ese viejo elefante que en el fondo era, estaba repleto de hojas arrugadas, manchadas o destrozadas y a medio escribir. Se sabía anclado, más bien varado aún en la primera página desde aquel lejano día que decidió empezarla contando su propia vida. Quizá fue esa falta de suerte en el arranque la que le había conducido hasta su desesperación actual. El alcohol era pues, consecuencia de su imposibilidad por hacer avanzar la historia, y no al revés. Sin embargo cogió tembloroso la pluma, asustado, ya casi fracasado, sabedor a desgana de cual podía ser el destino de la inmaculada cuartilla que le aguardaba desafiante sobre la mesa, acercó la punta al ya casi seco frasco de Pelican y comenzó por enésima vez la primera página de sus memorias; presentía que esta vez iba a ser distinto, algo le decía que iba a poder llegar a la segunda página, después a la tercera y así, casi sin darse cuenta, esa misma noche se acostaría triunfador, más tarde dejaría el alcohol, como ya lo había hecho veintitantas veces antes y a no más tardar un mes tendría, por fin, las 400 páginas que esperaba escribir.
Comenzó:
El viejo Green abrió los ojos cuando la nube etílica que envolvía su maltrecho cerebro se disipó. Lentamente las cosas fueron dejando de rodar a su alrededor, volviendo a su sitio, estabilizándose y así, cuatro horas después de que el último de los primeros rayos de la mañana abandonaran el sol y cruzaran los ocho minutos que nos separa, el viejo micks estuvo preparado para sentarse de nuevo a la mesa, coger tembloroso la pluma y continuar de nuevo con su obra...

Geometrías visuales