14 noviembre 2011

Desde la azotea



Dos imágenes a elegir, como el Bic, aunque yo me quedo con las dos, por eso las subo y que cada cual que tape con una mano la que no le guste.

Me gusta ver el cielo...


La desesperación, de José de Espronceda, un copia/pega sin gracia pero con unos versos -los cuatro primeros- que siempre recuerdo al ver cielos similares a este.
Para el resto no tengo fotos, ni ganas, que algunas estrofas se las traen.

Me gusta ver el cielo
con negros nubarrones
y oír los aquilones
horrísonos bramar,
me gusta ver la noche
sin luna y sin estrellas,
y sólo las centellas la tierra iluminar.

Me agrada un cementerio
de muertos bien relleno,
manando sangre y cieno
que impida el respirar,
y allí un sepulturero
de tétrica mirada
con mano despiadada
los cráneos machacar.

Me alegra ver la bomba
caer mansa del cielo,
e inmóvil en el suelo,
sin mecha al parecer,
y luego embravecida
que estalla y que se agita
y rayos mil vomita
y muertos por doquier.
Que el trueno me despierte
con su ronco estampido,
y al mundo adormecido
le haga estremecer,
que rayos cada instante
caigan sobre él sin cuento,
que se hunda el firmamento
me agrada mucho ver.

La llama de un incendio
que corra devorando
y muertos apilando
quisiera yo encender;
tostarse allí un anciano,
volverse todo tea,
y oír como chirrea
¡qué gusto!, ¡qué placer!

Me gusta una campiña
de nieve tapizada,
de flores despojada,
sin fruto, sin verdor,
ni pájaros que canten,
ni sol haya que alumbre
y sólo se vislumbre
la muerte en derredor.

Allá, en sombrío monte,
solar desmantelado,
me place en sumo grado
la luna al reflejar,
moverse las veletas
con áspero chirrido
igual al alarido
que anuncia el expirar.

Me gusta que al Averno
lleven a los mortales
y allí todos los males
les hagan padecer;
les abran las entrañas,
les rasguen los tendones,
rompan los corazones
sin de ayes caso hacer.

Insólita avenida
que inunda fértil vega,
de cumbre en cumbre llega,
y arrasa por doquier;
se lleva los ganados
y las vides sin pausa,
y estragos miles causa,
¡qué gusto!, ¡qué placer!

Las voces y las risas,
el juego, las botellas,
en torno de las bellas
alegres apurar;
y en sus lascivas bocas,
con voluptuoso halago,
un beso a cada trago
alegres estampar.

Romper después las copas,
los platos, las barajas,
y abiertas las navajas,
buscando el corazón;
oír luego los brindis
mezclados con quejidos
que lanzan los heridos
en llanto y confusión.

Me alegra oír al uno
pedir a voces vino,
mientras que su vecino
se cae en un rincón;
y que otros ya borrachos,
en trino desusado,
cantan al dios vendado
impúdica canción.

Me agradan las queridas
tendidas en los lechos,
sin chales en los pechos
y flojo el cinturón,
mostrando sus encantos,
sin orden el cabello,
al aire el muslo bello...
¡Qué gozo!, ¡qué ilusión!

11 noviembre 2011

Amor filial


Crónicas mundanas


Selenio Gonzalez, natural de Montgarri, el pueblo más alto de España con 169 metros más que Trevélez, asistió pasmado de júbilo al cableado eléctrico del barrio donde decidió asentar sus posaderas justo el mismo día que llegó a Barcelona para embarcar. Prematuro es decir que decidió asentar allí sus posaderas pues más bien fue el destino quien se interpuso entre él y sus aspiraciones vitales, las cuales incluían hacer las américas (sea eso lo que signifique) y volver a Montgarri con suficiente plata para techar la casa de sus abuelos y establecer allí un pequeño negocio en el que gallinas, vacas y otras fieras de corral tendrían mucho que decir. Reveses de la fortuna dejaron varado su futuro en el puerto de partida por su desmedida afición, más bien aflicción, al juego de cartas del que llegó a ser máximo experto en la faceta de perdedor y al excesivo consumo de fruta, concretamente uvas en su versión orujo.
Ahora, prematuramente envejecido, pasea sus desdichas por las aceras de la ciudad, acariciando el cartón de vino barato que esconde en el bolsillo de su desvencijado abrigo y levantando la vista de vez en cuando para comprobar que siguen ahí todos esos cables que de joven vio colocar.

31 octubre 2011

Versión cutre de decoración cerámica.


Yo me entiendo.

Cuatro gotas mal contadas


Meses esperando que lleguen las lluvias, en mi caso para que las fotos de paisaje adquieran algo de interés, y despachamos el evento con cuatro mal contadas gotas.
Y es que ciertamente en Castellón nunca ocurre nada.

Ls tempestad





Pierde intensidad la marejada, se retiran las bravas aguas y queda varado en la playa, como un cachalote herido, el impotente velero asistiendo mudo y exhausto a los lamentos por los esfuerzos vanos de su tripulación.
Serán rescatados.

PDT: Otra muestra más de mi mala suerte fotográfica; esa mañana iba con mi cámara de fotos, al ver el el barco varado en la playa pensé que ese iba a ser mi día de suerte (está claro que no le fue para el armador). Error, se me acabó el espacio de la tarjeta justo antes de hacer la primera foto. Tuve que usar el móvil, inestimable recurso de urgencia, a lo que se ve.

Geometrías visuales